Es decisivo centrarse en la contribución de España a la cumbre financiera.

Rectificar es de sabios. Hacerlo a medias cuando las evidencias son tan abrumadoras es quedarse atrapados en la mentira. Para colmo, en política, la verdad es lo que los ciudadanos perciben como verdad, no lo que los políticos tratan de que parezca verdad.

«¿Es una política progresista tener superávit presupuestario?», me interpela a voces un periodista cuando no estoy de humor para explicarme. «Sitúese por un momento en Estados Unidos», le contesto, «y mire cómo dejó las cuentas públicas Clinton y cómo las tiene Bush, y después me lo vuelve a preguntar».

Todo se convierte en áspera disputa, cargada de descalificaciones, vacía de contenido político real. Cuando se abusa de esa forma de hacer política, si eso es política, la crispación que responsables de la cosa pública más sectores mediáticos protagonizan termina trasladándose a la ciudadanía, haciendo el clima irrespirable.

La paz, la convivencia sin que nadie trate de imponer sus ideas violentamente, es una condición necesaria para el ejercicio pleno de las libertades cívicas.