Esperando a Lula
Durante la última decena de noviembre he tenido la oportunidad de contrastar, sobre el terreno, el estado de ánimo con que se espera la asunción de la Presidencia de la República Brasilera por parte de Luis Ignacio da Silva.
2002
Durante la última decena de noviembre he tenido la oportunidad de contrastar, sobre el terreno, el estado de ánimo con que se espera la asunción de la Presidencia de la República Brasilera por parte de Luis Ignacio da Silva.
El fundamentalismo liberal ha fracasado, pero las respuestas sostenibles no afloran.
Europa, unida políticamente, puede contribuir a reencauzar el desorden económico.
Dicen que la amistad no tiene precio, pero para Enrique Sarasola la que mantuvo conmigo, durante tantos años, tuvo un altísimo coste en sufrimiento humano, en persecución insidiosa. Sé que en su fuero interno se hacía verdad el dicho machadiano de ‘todo necio confunde valor y precio’ y que disfrutaba, como yo lo hacía, el enorme valor que me añadía su afecto.
Ha sido un 27 de octubre y me siento a escribir el 28, dos décadas después de un día semejante para mí, para mi país, para las gentes que, cargadas de esperanza, acudieron masivamente a definir un rumbo nuevo aquí y allá, entonces y ahora. El de Lula es un triunfo importante para Brasil, pero trasciende las fronteras y sacude a la América latina con un viento diferente, como un grito expectante, reclamando otro destino.
Éste es el título de un ciclo de conferencias organizado por la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Cádiz, que se ubica en el antiguo edificio del Hospital Mora.
Y continúa la incertidumbre. O se acrecienta con la ‘inevitable’ guerra contra Irak, convertida en ocasión electoral, mientras se suceden nuevos atentados, en Indonesia -Bali-, en Finlandia, en Chechenia, en el Golfo Arábigo.
Les contaba en julio lo difícil que se está poniendo ser amigos leales del socio americano. Y con la emoción del primer aniversario del horror del 11 de septiembre no sólo se estrechan los márgenes, sino que los que tienen algo que decir, desde posiciones solidarias pero con criterio libre, empiezan a pasar al campo de los condenados de la tierra.